Volver a Atrio Escribir al autor El Correo, 6 de junio de 2002 Imaginario nacionalista e Iglesia Vasca
Demetrio Velasco.
Sacerdote diocesano y catedrático de Pensamiento político en la
Universidad de Deusto.
Una vez más, la forma de hacerse presente la Iglesia vasca ante la opinión pública, esta vez, a través de su voz más autorizada, la de sus obispos, y, coincidiendo con ellos (aunque, al parecer, la coincidencia no haya sido buscada), la de más de trescientos sacerdotes que se presentan como la voz de la Iglesia de Euskal-herria, lejos de ayudar a crear más comunicación en una sociedad tan incomunicada como ésta, sirve para avivar las actitudes polémicas y para alejar más, si cabe, el anhelado objetivo del diálogo como camino para la paz. Dentro de la comunidad eclesial, surge la decepción de numerosos creyentes que, no sintiéndose nacionalistas y viendo ver a sus obispos expresarse como lo hacen, se ven obligados a tener que cargar con una incomprensión más, que dificulta su sentido de pertenencia eclesial. No me cabe duda alguna de que es acertado el diagnóstico al que se refieren los sacerdotes en su escrito: la conciencia nacional está creciendo en Euska-lherria y, desde ella, se reafirman las exigencias nacionalistas de todo tipo. Pero sorprende que no añadan algo tan obvio como que la explicación de este fenómeno se debe, casi exclusivamente, a un definido y planificado proyecto de nacionalización de la sociedad vasca, que, desde hace décadas, está llevando a cabo el nacionalismo vasco desde su control del poder político, aplicando todos los medios a su alcance, que, como sabemos, son muchos y poderosos. Por esto, no puedo compartir la explicación de que la grave situación que padecemos en el País Vasco sea fundamentalmente fruto de la política de un enemigo exterior, en este caso, el del gobierno del PP. Como otros muchos ciudadanos, estoy persuadido de que la mayoría de los graves problemas que nos aquejan se deben a la forma en que se ha venido socializando a varias generaciones de ciudadanas y ciudadanos vascos en un imaginario de nacionalismo radical y predemocrático, para el que el destino del pueblo vasco está ya trazado por una “religión política”, que se resume en el credo nacionalista. Según este credo, el sujeto colectivo de Euskalherria tiene un derecho natural (y, en algunas versiones, también providencial y divino) a autodeterminarse y a ser independiente, sin que este derecho pueda estar mediatizado por ningún ordenamiento jurídico o político, por muy democrático que éste sea. La democracia carece de legitimación, si no sirve para alcanzar el autogobierno tal y como lo concibe la comunidad nacionalista. En nombre de este pretendido derecho natural y sagrado, algunos creen que está permitido matar a quienes se oponen a su puesta en práctica. Para muchos más, aunque no está permitido matar, sí que lo está relativizar el sentido de la ética pública y de las instituciones democráticas y constitucionales que la posibilitan. Cuando éstas no sirvan para la construcción de la comunidad nacionalista, serán vistas como mera coacción carente del consenso legitimador y, por tanto, legitimadoras, a su vez, del uso de la violencia. Por lo que conozco de la historia de la Iglesia vasca, creo que su inclinación a alinearse tan fácilmente con las posiciones de los partidos nacionalistas se debe no sólo a que ha compartido con el nacionalismo este imaginario jusnaturalista premoderno y sacralizado, sino a que ha sido ella misma la que, por su autocomprensión y por su forma de entender su relación con la sociedad política, ha alimentado dicho imaginario. El dato sociológico, estadísticamente reiterado de que los creyentes practicantes vascos y, particularmente, el clero, son mayoritariamente nacionalistas no hace sino reflejar la consecuencia necesaria de un largo proceso histórico de connivencia entre iglesia vasca e imaginario nacionalista. En un texto que verá la luz próximamente, espero mostrar con cierto rigor analítico lo que acabo de decir. En la socialización de una parte importante del clero vasco (especialmente a lo largo de su proceso formativo) y en sus diferentes generaciones, ha habido una forma religiosa y/o jusnaturalista tradicional de justificar la cosmovisión nacionalista. Analizando tres momentos decisivos de la historia reciente (la posguerra, los años sesenta, y las dos últimas décadas), se puede apreciar que tanto el “síndrome antitotalitario”, que justificó un uso del jusnaturalismo tradicional para fundamentar los derechos y las libertades frente al fascismo, como el “radicalismo democrático”, asociado a un “síndrome tercermundista”, que justificó una experiencia liberadora del pueblo imitando el modelo bíblico del Exodo, como, finalmente, un afán de inculturación que generó el “síndrome de la opción pueblo”, que ha venido legitimando, como si fuera una exigencia evangélica, la asunción ideologizada por parte de la Iglesia de las señas de identidad (lengua y hábitos) subrayadas por la concepción nacionalista del pueblo, fueron expresiones de que una gran parte del clero vasco ha sido socializado en una connivencia excesiva con el nacionalismo y de que su credo nacionalista le sigue impidiendo una actitud crítica ante el mismo. Analizando cada uno de estos contextos, que no sólo se han circunscrito a un momento cronológico de la historia vasca reciente, sino que han pervivido e, incluso, se han fecundado mutuamente, uno comprende la magnitud del problema. Si lo dicho se ajusta a la realidad, parece que la iglesia vasca debe afrontar sin dilación una reflexión autocrítica sobre su autocomprensión, sobre su relación con la sociedad política, en general, y con el nacionalismo, en particular. La aceptación del pluralismo de la sociedad vasca pasa por relativizar la opción nacionalista, como una más entre otras, cuya legitimidad y legitimación vendrán dadas exclusivamente por su aportación a la construcción de una sociedad más democrática. La percepción que muchas personas no nacionalistas manifiestan tener de la Iglesia vasca, como carente de afecto y de cercanía suficientes con las víctimas de la deriva totalitaria del imaginario mencionado y como sorprendentemente comprensiva e incluso solícita ante las políticas nacionalizadoras del gobierno nacionalista, no desaparecerá mientras la Iglesia no haga gestos significativos de que es la Iglesia en la que todos los cristianos y cristianas del País Vasco se sienten en casa. Ni la supuesta demanda de mayorías sociológicas entre sus bases, ni la búsqueda de una posición pretendidamente favorable para llevar adelante la propia misión evangelizadora, como la que le puede garantizar la comunidad nacionalista, pueden servir de argumentos suficientes para justificar intervenciones como la que acaban de hacer los obispos cuestionando la Ley de Partidos que el Parlamento español está gestando, o para obviar la necesaria actitud autocrítica de una Iglesia vasca que se quiera fiel al mensaje cristiano. Estoy persuadido de que la ética pública no se construye apelando a principios morales abstractos, por lo que hay que atreverse a bajar al terreno concreto de la vida social y política, con el riesgo que esto conlleva de equivocarse. Pero la Iglesia no debe nunca sumarse a quienes, con argumentos de clara oportunidad política, prefieren mantener la impunidad de quienes imponen su voluntad por la fuerza ciega antes que correr el riesgo de aplicar la ley en defensa de los más elementales derechos y libertades: los de las víctimas. Creo que no habríamos llegado a la situación en que estamos, si todos, incluida la iglesia, hubiéramos subrayado la responsabilidad contraída por quienes habiendo tenido la responsabilidad de gobernar y aplicar la ley en el País Vasco, con todo el rigor necesario, han preferido guiarse por el pío, oportunista e irresponsable lema: “por la paz una avemaría”. Perseguir coherentemente la paz democrática puede crear malestar en la sociedad y en la propia Iglesia. Pero ésta no debe confundir este malestar necesario con lo que, en ocasiones, sólo es la forma injustificada de su mal estar. D. Velasco. Sacerdote diocesano y catedrático de Pensamiento político en la Universidad de Deusto. 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