De la Revista Pastoral Misionera (hoy FRONTERA), nº 184, 1992 APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE FERNANDO URBINAPor Antonio Albarr-an Cano Lo que sigue, no será una biografía. Sólo pretenderlo seria ya desmesura. Si cualquier persona desborda el marco exterior con el que se la aprisiona al biografiarla, cuando la persona es personaje y se llama Fernando Urbina, no seré yo quien ose biografiar. ¿Por qué, además, alimentar esa vana pretensión en estas páginas, muchos de cuyos lectores tienen su particular apunte biográfico de la persona y el personaje? Compartamos distintos apuntes, y entre muchos atinaremos con el perfil. En más de un aspecto, este volumen monográfico de Pastoral Misionera, In moemoriam, en el que ofrecen su testimonio amigos entrañables de Fernando, es ese apunte biográfico compartido. Como si Fernando estuviera entre nosotros moderando un trabajo de grupo, con una sugerencia previa: diseñemos el perfil de una persona que se reconoce ciudadano de este mundo y este tiempo, y a la vez se confiesa creyente en el Señor de la historia, Jesús de Nazaret. No pretendo más que insinuar algunos tiempos y coordenadas relevantes. Fernando nació en alguna parte. Fue en Murcia, en enero de 1923, y aunque lo geográfico local importe menos a los "ciudadanos del mundo", la evocación murciana era frecuente y de onda larga en su conversación. Pedro Sánchez, entre los incontables amigos murcianos, puede contar y no parar. Antes y además, nació en el seno de una familia aristocrática, lo que tampoco fue indiferente en la configuración de su inteligencia, su sensibilidad, su personalidad global. Desde pequeño pudo alimentar su pasión casi enfermiza por el saber, rodeado como estuvo de muchos y buenos libros. Pudo también afilar su capacidad de percepción intelectual de la realidad, y no desglosaremos aquí las mil dimensiones de esa realidad percibida, analizada, y hasta sufrida por Fernando, merced a su capacidad de somatizar hasta las dimensiones radicalmente metafísicas de la existencia. ¿Pudo tener otras influencias positivas y/o negativas, su contexto familiar? Parece evidente que así debió acontecer, como ocurre en otros escenarios familiares de signo distinto, y dejamos abierta la pregunta. En todo caso, la mayor parte de los lectores saben que a Fernando le correspondía, por ser el mayor de seis hermanos, heredar el título de Marqués de Rozalejo, con Grandeza de España, y a él renunció ante Notario en el momento oportuno. No entraremos siquiera a comparar esta actitud con otras actitudes contrarias, cercanas en el tiempo, porque a veces la sola comparación ofende. Vocación tardía y cura en Madrid. Tras dos años de Ciencias Físicas, en la Universidad Complutense de la inmediata posguerra civil, Fernando ingresa en el Seminario Diocesano de Madrid en aquellas promociones de vocaciones tardías que cuentan, entre otros. con nombres como Mauro Rubio, Miguel Benzo... En aquellos “años del hambre", que también le afecta, se respira más la épica de posguerra que la ambición "misionera". Ni siquiera afloran entonces otras preocupaciones de capacitación intelectual, en quien debía sentirse responsable de ello. “La más completa mediocridad intelectua”, diría muchas veces y escribiría en ocasiones. ¿Puede entenderse que ningún "superior" de entonces le mandase, o al menos le sugiriese, a Fernando hacer una licenciatura, un doctorado, o facilitarle de alguna forma una cierta dedicación intelectual? Por contraste, y para facilitar elementos de valoración de algunas "superioridades", vale la pena referir aquí que, años después, el Profesor Roff Carballo contaba la opinión que, de Fernando Urbina, le había transmitido el filósofo J. Zubiri: "F. Urbina es una de las cabezas mejor dotadas de este país". El mejor horizonte pastoral del momento, en una diócesis como Madrid era “ser cura de la sierra". Y Fernando lo fue, en 1950, tras ordenarse sacerdote, en Alpedrete Los Negrales, que por entonces eran sierra sierra, sin urbanizaciones de Fin de semana. Y después, capellán de las Religiosas Carmelitas de El Escorial. Mediada la década de los cincuenta, surge el Hogar Sacerdotal de Madrid, que aglutina inquietudes apostólicas, afanes de espiritualidad sacerdotal, etc., y Fernando es ponente frecuente en Convivencias y cursillos, y su firma es habitual en el periódico del Hogar ubicado en Conde de Romanotes, 1. Y en otras revisistas de espiritualidad, de reflexión teológica o pastoral. La revisión de vida, La JOC, el Hispano, el Concilio. Quizá sean éstos los cuatro hechos mayores de la década de los sesenta en el afán de Fernando. De Revisión de Vída hablaba Fernando en el verano de 1960, cuando le conocí personalmente en el encuentro de seminaristas pertenecientes a los grupos apostólicos. Relacionado ya entonces directamente con la JOC, la revisión de vida fue para muchos de nosotros mucho más que un método, gracias a muchas síntesis, a muchas aportaciones de Fernando. El esquematismo fetichista del ver juzgar actuar (¡para cuántos se quedó en esquema simplista!) ganaba hondura, profundidad, perspectiva tridimensional y hasta trascendencia en las reflexiones de Fernando. Por algo A. Marechal, aquel suizo autor de La Revisión de Vida (Editonal Nova Terra, Barcelona), recomendaba con frecuencia acudir a F. Urbina. La JOC, los otros Movimientos Especializados de la A.C., el laicado militante organizado, fueron la ocasión para que muchos cuadros dirigentes, muchos consiliarios y hasta muchas personas individuales disfrutaran de su acompañamiento intelectual y humano. Fueron también ocasión para que Fernando produjera algunas de sus reflexiones escritas más lúcidas. En este entorno de "la misión", tal como entonces la entendíamos y vivíamos, experimentamos muchos su magisterio "más allá de formalismos, de nombramientos o de cátedras, que poco de eso había, mientras abundaba la amistad, la cercanía, y hasta la solidaridad codo a codo con el movimiento obrero, y con una iglesia cuyo nacimiento pretendíamos lograr en el seno de la clase obrera. ¿Ingenuos? ¿Ilusos? Desde alguna parte podría Fernando responder a estas interrogantes con aquello de "pues que nos quiten lo bailao", si la ingenuidad y el baile significan en su orilla lo que para los que todavía en esta orilla estamos significan. Además de Leonard Ramírez y Eugenio Royo, hay más adelante otros testimonios personales que descifrarán claves de esta dimensión. Del "Hispano" (Seminario Teológico Hispanoamericano, ubicado en la Ciudad Universitaria de Madrid), Don Melquíades sabe lo que aquí dice, y seguramente mucho más. Y muchos otros, que del Hispano fueron y en América Latina siguen o de ella retornaron, mucho podrían decir. Testigo externo en este caso, me atrevería a afirmar modestamente: 1. Fernando fue un importante elemento de cohesión en un importante grupo de formadores y profesores. 2. Fue también importante (¿decisivo?) para muchos alumnos del Hispano. 3. Aquella etapa, y aquellas compañías, fueron una de las referencias fundamentales de su curriculum personal (del curriculum explícito, pero sobre todo del implícito). 4. Desde entonces, América Latina fue una de sus pasiones: en su historia, en su geografía, en su literatura, en sus posibilidades de evangelización, en su posibilidad de alcanzar unos mínimos de justicia... La O.C.S.H.A. no daba quizá para tanto. Pero hasta eso agostaron. Y mientras tanto, el Concilio Vaticano II. Fernando almacenaba en su cabeza todo lo mejor del Renacimiento y la Ilustración. ¿Tiene alguien noticia de que le resultara extraño alguno de los grandes temas con esos ejes relacionados? Vaticano II, así lo citaba sin artículo, representaba en lo religioso cristiano un tiempo tan decisivo como la Ilustración en lo civil (político, social, cultural ... ). Kairós. Su virtualidad para el futuro, sus frustraciones por los "sí pero no" de la propia institución eclesial, su reivindicación a gritos cuando presentía su práctico archivo por el burócrata eclesial de turno... Sin el Vaticano II, Fernando hubiera disfrutado menos de su condición creyente, hubiera cultivado menores esperanzas, hubiera sufrido muchísimo menos. Desde los 70, oficialmente apenas existió. Para la oficialidad institucional, digamos. En la Iglesia están claros los perfiles de párrocos, coadjutores, capellanes, canónigos, vicarios y... profesores de religión. Saliendo de ahí, la cosa se complica. Y eso debió pasar con Fernando, que no supieron qué nombrarle. Aunque su persona mereciera la amistad de más de una docena de obispos, el respeto generalizado en distintos estamentos de la administración eclesiástica, y más de una salida por la tangente cuando lo que Fernando decía de palabra o por escrito, hacía pupa: "!Cosas de Fernando!”. Y tan tranquilos, claro. Sólo puede darse por aludido el que tiene un mínimo de sensibilidad y de altura humana. Desde el 70 adelante, Fernando hizo muchas cosas, pero casi todas por libre. Dirigió seminarios y cursos en Comillas, Granada, el Instituto de Pastoral y el Centro de Estudios Eclesiásticos de la diócesis de Madrid. Sólo en los últimos años, cuando su fragilidad hasta física resultaba más evidente (¡ironías de la vida!), disfrutó del status permanente de profesor del Centro de Estudios Eclesiásticos de Madrid (un curso y un seminario, en un cuatrimestre). Los temas de Cursos, cursillos, seminarios, etc., han rondado casi siempre en torno a la Teología Espiritual, Teología de la Misión, la Mística (San Juan de la Cruz fue una de sus especialidades intelectuales y es precisamente el tema de dos de los pocos libros que con carácter monográfico deja escritos Fernando), la Contemplación... Mientras físicamente pudo, muchos grupos de militantes, de curas, de religiosas, de comunidades de base, solicitaron su aportación, su asesoramiento, su compañía, y disfrutaron, con su compañía, de su vastísima cultura ("¡esto es una cátedra!", le oí decir a un obrero de Renfe, en una habitación de Hospital, escuchando una conversación "normal” de Fernando con un enfermo, amigo común). Esta modesta revista, PASTORAL MISIONERA, ha disfrutado el lujo de contar con su dirección durante los últimos 23 años, Sin duda en nuestras páginas, a lo largo de estos años, ha quedado bien dibujado su perfil intelectual y creyente, y es entre nosotros (en la Revista y en las Conversaciones anuales) donde quedó la mayor parte de su reflexión. El Consejo de Redacción viene preparando una Antología básica de sus colaboraciones (en ésta y en otras revistas), de la que en su momento se informará a los lectores. Algunas pasiones intelectuales de Fernando. Primero habría que afirmar la pasión intelectual en sí misma, como una característica identificadora del personaje. Cualquier dimensión de la realidad humana provocaba su curiosidad, y sólo el límite del tiempo y de su endeble salud ponían puertas al campo de su afán de saber. Ahorro al lector múltiples anécdotas y apuntaré sólo un itinerario que se inició a mitad de los 70: actualizar la Cristología, pero para ello imprescindible la Teología Fundamental, pero hay que llegar a superar con la lógica matemática la lógica formal, y por qué no llegar hasta el propio lenguaje matemático... Y no le bastaba conocer las conclusiones de la teoría general de la relatividad; quería experimentar el propio proceso matemático que condujo a Einstein a formular su teoría; y, por si acaso, para percibir matices posibles, ver simultáneamente textos matemáticos rusos y americanos... Y no lo olvide el lector. Ese proceso de búsqueda, que en todas sus etapas vivía con pasión, tenía un final buscado desde el principio: poder realizar afirmaciones sobre Jesús, el Cristo, en forma creíble para nuestros contemporáneos. Ya bien entrados los ochenta, imaginaba sus trabajos a medio plazo en palabras parecidas a las que siguen: "Dentro de tres/cuatro años espero formular con precisión dos o tres preguntas de fondo sobre la relación de la ciencia con la fe; espero entonces encontrar una Beca para dedicarme a fondo a investigar en su respuesta..." Tuvo la desmedida ambición de lograr una nueva síntesis entre la ciencia y la fe. Ambición claramente desmedida, porque en estos tiempos que corren, no hay Fernando Urbina capaz de realizar en solitario tamaña osadía. Si al saltar la orilla de la muerte hay que presentar de nuevo el currículum vitae, el de Fernando tendrá este renglón en blanco. Quizá valga la pena recordar otra pasión suya: la historia. Junto a él pudimos aprender muchas "historias de la historia", y aprendimos, sobre todo, a mirar las cosas, los problemas, las personas y los pueblos, con perspectiva histórica, porque sólo esa perspectiva nos acerca a lo real real. Que el angular de visión era en Fernando sorprendentemente abierto se entenderá bien por todos aquellos que pudimos compartir su disfrute del arte y lo artístico en mil facetas, y algún botón de muestra será útil. Asistí con él, allá por el año 68, a la proyección de 2001. Una odisea del espacio, y no podría ahora precisar si su entusiasmo desbordante entre Sol y Cibeles se debía a la maravilla del futuro tecnológico que entonces nos esperaba o a la maravilla del Cine capaz de anticiparnos el futuro. Le ví llorar materialmente de emoción al comparar La Novena de Beethoven (que saltó en la radio del coche cruzando León, camino de Asturias, allá por el 73) con La fenomenología del espíritu, de Hegel. Aprendí a disfrutar de las líneas geométricas de Piet Mondrian, visitando con él una Exposición en la Fundación March. Siempre supe, tras escuchar con frecuencia a Fernando, que un servidor, de profesión pequeño editor, soy en asuntos literarios un analfabeto funcional (sin paliativos, es decir, sin coba). Y, quien más quien menos, muchos podrán añadir su florecilla. Tan apasionado intelectual y por las cosas de la inteligencia era el amigo Fernando, que hasta defecto, limitación v exceso debía considerarse, y en ocasiones sufrirse. Porque una pregunta casi inocente (por ejemplo, ¿qué te parece el anarquismo, Fernando?), provocaba respuesta de 50 minutos, tras un modesto "reconozco que no lo he estudiado a fondo”. Y en el coche íbamos cuatro personas camino de Murcia. Y otras limitaciones, a consecuencia de su vagar él en paseos lógicos, tuvieron y tuvimos que sufrir sus allegados en la sangre, la amistad, o la cercanía física. Y limitación y deficiencia para él, que, habiéndonos ayudado a muchos a disfrutar de infinidad de cosas buenas que la vida tiene, era incapaz de disfrutarlas él mismo, preso como se mantenía de su elaboración intelectual permanente. Pero tampoco viene al caso extenderse en estos contrapuntos, porque las florecillas siempre tienen espinas. Su vida también deja preguntas... ¿sin respuesta? En este ejercicio de apuntes biográficos compartidos, lugar debe haber para formular preguntas o plantear incógnitas. Tampoco conviene pasarse de preguntones, porque parecería que pretendemos negar lo misterioso que cualquier vida humana encierra. Con sobriedad, pues, echemos nuestro cuarto a interrogantes: ¿Hasta dónde llegó la sacudida del dolor en su itinerario personal? Y me refiero al dolor en su dimensión psico física, porque la estrecha vinculación de lo psíquico y lo físico fue en Fernando estridente, escandalosa. ¿Qué le pasa a Fernando, qué enfermedad tiene?, preguntaban los que le visitaban en los últimos años. No resisto la transcripción de un párrafo del Editorial firmado por el Consejo de Redacción de esta revista al comunicar su muerte a los lectores: " ... los que conocimos a Fernando pudimos observar con admiración y también con sobresalto, su manera peculiar de percibir la realidad, con una gran agudeza de penetración analítica y de interpretación intelectual, que iba precedida, acompañada y seguida de una manifiesta conmoción sensible en el impacto que sobre él producía la realidad percibida. Para bien y para mal, Fernando tendía a somatizar sus vivencias y sus sentimientos. Aquí radicaba su riqueza humana y religiosa mística y esta era a la vez su cruz, que le ha resultado especialmente dolorosa en los últimos siete años de su vida ...” A Fernando, de quien aprendí entre muchas cosas a valorar la vida (Maestro fue, ya queda dicho, de la Revisión de Vida), le vi. atenazado, empequeñecido, casi deteriorado en su raíz por el dolor psico físico, que él soportaba como el dolor o el mal "metafísico". En los últimos años, en casi todos nuestros encuentros, me hizo "albacea" de un testamento tremendo: "Tendrás que decir a los amigos que he muerto...". Y su referencia evangélica más frecuente fue el pasaje de Jesús en la Cruz: "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". ¿Hasta dónde el sufrimiento de la soledad, de la depresión psíquica, de la esperanza frustrada, de la sensación de dolor físico ante lo que sentía, tan impotente como un niño... ? Si yo fuera místico, o psiquiatra, encontraría más de una respuesta. Como ni lo uno ni lo otro, dejo modestamente clavada mi pregunta. ¿Qué significó, para la Iglesia institución, una persona como Fernando? Los lectores de esta revista conocemos felizmente lo que para Fernando significaba la Persona de Jesús, su Evangelio, la Comunidad Cristiana, la Iglesia. Testigos somos, y frecuentes lectores, de páginas lúcidas, apasionadas a veces, profunda y radicalmente cristianas siempre. Para muchos lectores también, para muchos grupos de militantes, de sacerdotes, de comunidades cristianas, de religiosos y religiosas, resulta igualmente clara la significación de Fernando Urbina. En este volumen hay un pequeño manojo de testimonios personales; son todos los que están, pero evidentemente no están todos los que son. Pero ¿qué significó, para la iglesia institución, una persona como Fernando? La pregunta no es frívola, ni baladí. porque en su respuesta nos sentimos implicados muchos. Y, por honestidad, en lo que sigue utilizaré el singular. que es más modesto. Fernando tuvo, para mí, la grandeza de un relevante eclesiástico del Renacimiento y de la Ilustración, y la grandeza al tiempo de un gran eclesiástico del Vaticano II. Cuando criticaba a la iglesia (en mi casa, en la suya, en el Mollete junto a Bola 3, o en cualquier otra parte, y era lúcido en esa crítica), sentía casi siempre la necesidad de compensar: "Pero, yo soy un hombre de Iglesia". ¡Demasiado, demasiado hombre de Iglesia!, le decía yo, y a veces , evitaba decírselo, por delicadeza y respeto, que la amistad no tiene por qué avasallar. Digo, como testigo amistoso, que Fernando, como muchos otros "grandes" de su generación, vivió la contradicción de sentirse insobornable hijo de la Iglesia, y al mismo tiempo tener que circular por los márgenes de esta iglesia, acompañado sólo por amigos, por los amigos (y a veces, también nosotros dejándole solo más tiempo del conveniente). ¿Qué ha hecho realmente durante todo este tiempo –algo más de veinte años– la Santa Madre Iglesia? No es así, no es así como ejercen las madres. Y lo ocurrido es más revelador, porque de Fernando Urbina se consideraron amigos más de una docena de Obispos. Ni biografía ni hagiografía. Excluíamos al principio el propósito de hacer una biografía. Más modesto el propósito de ofrecer apuntes biográficos y estimular a los que quieran compartir, por respeto, por amistad, o por sentido de fe, el diseño o perfil de Fernando. Tampoco haremos hagiografía. Ni entraba eso en su cultura religiosa, ni es la nuestra. ¿Se imagina alguien a Fernando en una estampita, o en un posible altar de iglesia, aunque fuera lateral? No, no, con estas cosas no se debe jugar. Porque compartimos con él la fe, la amistad, los afanes y las frustraciones, porque reímos y sufrimos con él, le deseamos la Paz definitiva en el seno del Padre y nos afirmamos en el compromiso de seguir viviendo, sufriendo, amando y creyendo “junto con millones de hombres".
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